Queridísimo Javier

(Homenaje a Javier Marías en Revista Zenda)

Queridísimo Javier:

Estuve pintando toda la noche. Pensaba en ti, allá tan lejos, muriéndote en algún hospital sin nombre, en eso que se llama realidad. A veces, entre la duda de un color y una pincelada, me acercaba a la estantería del estudio y cogía un libro tuyo. Y casi sin querer, me ponía a conversar con María Dolz o con Berta; con tus mujeres, como siento que hablan conmigo cuando me ponen en la cuartilla en blanco y empiezo a contarle mis sueños a M. y no sé cómo ni por qué no avanza eso que el Otro quiere nombrar novela. Y me desespera saber que son tan tuyas y tan mías como no saber si mi destino se cumplirá finalmente. Porque no es mal destino ser un personaje novelesco. Ahí están Alonso Quijano, la Bovary, Lolita, Jacobo Deza, Tomás Nevinson, tus mujeres y tantos otros.

Creo sospechar qué perseguías. Una vez escribiste que la literatura era para ti un mapa a descubrir y que no seguías un camino trazado de antemano, algo así como ir a tientas, como a veces me pasa delante de un lienzo, en que las formas y sus colores se me van apareciendo mientras pinto. Ese tanteo, ese deambular por la historia y el alma de tus personajes, hasta ir conformando algo que escapa de la bruma, de la condición de fantasma con que alguna vez comparaste al escritor. Porque quizás no somos sino eso: personas o fantasmas interpuestos entre el autor y el lector y éste participe a su vez de esa vida fantasmal. Ya digo que pinto sueños, los sueños de otros, donde aparecen lo que no se ve o no se puede adivinar o dejarían sin palabras a los que los conocen y quieren. Ya ves, algo parecido a lo que tú hacías, sólo que yo escribo con colores.

Tal vez por eso califiquen tu estilo de inconfundible, aunque también te critiquen el que tus párrafos son pura digresión, que avanzas lentamente por un tema y una historia, gracias a una voz que descubre y analiza, una voz que se remansa, que afluye y vuelve a un cauce siempre incierto, porque sólo la muerte conoce por entero la trama. Una voz que una siente tan cercana a sus vivencias de ficción – sigo pintando y escribiéndole cartas a ese Otro, esperando igualmente sus “tanteos” – como podemos experimentar la alegría o la tristeza, el miedo o el absurdo ante un cuadro. Y creo que sólo al escribir sobre una experiencia que sabíamos nuestra, o al pintarla, pero que estaba oculta antes de ponerla en práctica sobre el papel o el lienzo, somos capaces de reconocerla. 

Una vez dijiste que quizá estamos hechos en igual medida de lo que fue y de lo que pudo ser. Esa negra espalda del tiempo. No sé si tuviste deseos incumplidos, como cualquier mortal que se precie (sólo los fantasmas como yo, personaje incumplido, aún ennegreciendo páginas en blanco, puede negarlos), pero seguro que te llevaron a escribir las novelas en busca de verdades imposibles y de certezas que sólo abren puertas a otra habitación, que se nombra sospecha, indefinición, ambigüedad. Cualquier artista sabe que ejerce su oficio en la más completa oscuridad, por más, que como tú aclaraste, se encienda una torpe cerilla. Quizá no se pueda hacer otra cosa, y se esté impelido por vocación de encontrar verdades a caminar en la oscuridad, y eso sea la literatura, eso sea escribir, o pintar, que al fin y al cabo, llevamos caminos paralelos. Y si me dejas ponerme estupenda, ya sabes que Valente decía que todo poema es conocimiento haciéndose. Por lo que has contado, todas tus novelas también son conocimiento haciéndose, pero teñido por la incertidumbre de atrapar con fingida firmeza el secreto y el misterio de nuestros deseos y nuestros actos, lo que nos hace impredecibles.

Y cumplida tu vida y escritura, ya me queda adentrarme en esa “zona de sombra”, que tus palabras iluminan para intentar explicarnos y explicar el mundo. Y que, como decías del Quijote, no somos sino la historia del deseo de ser otro del que se es. Supongo que un escritor vive vicariamente las vidas de sus personajes. Lo sé porque el Otro se inventa pasiones y me mete en su cama, su pintora de sueños. Cómo me gustaría ser una de tus heroínas. Pero espero, como tú esperabas tus historias y como Isak Dinesen esperaba: <<sólo si uno es capaz de imaginar lo que ha ocurrido, de repetirlo en la imaginación, verá las historias, y sólo si tiene la paciencia de llevarlas largo tiempo dentro de sí, y de contárselas y recontárselas una y otra vez, será capaz de contarlas bien>>.

Recuerdo la última vez que nos vimos en una firma de tus libros, a la que fui en condición de Silena, pues esa fue la petición del Otro cuando te extendió un ejemplar de Los enamoramientos. Creo que te sorprendió agradablemente dedicar a un personaje femenino no nacido – nasciturus novelesco, si me permites la broma – una obra que hablaba de ese estado irreal y quebradizo. Porque algo hay de ese estado, claro, cuando empiezas un libro o un cuadro, a pesar del conocimiento incompleto, de la indagación inútil y necesaria, porque se ama mientras se escribe o se pinta. Se ama mientras se lee, querido.

Y como no soy crítica literaria, ya sólo puedo formar parte de ese coro casi shakesperiano  -siempre te has sentado a la derecha del maestro – y mancharme una y otra vez con tus palabras, aunque aún tenga, a pesar del Otro, este corazón tan blanco.

Siempre tuya, Silena.

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